Había una vez una familia muy humilde. Constaba de un padre, una madre y una pequeña niña de 7 años llamada Amanda que siempre, absolutamente siempre, sonreía. Aunque a la vista de algún desconocido esta era simplemente una familia común y corriente, había algo que hacía a esta familia un tanto peculiar. Siempre estaban juntos y siempre estaban felices.
La casa en la que vivían era muy pequeña, constaba de una sola habitación que se encontraba completamente vacía a excepción de una vieja cama en el centro de todo. Era una cama muy básica, color blanco con flores rosas y manchas de orina. No tenía patas, era simplemente el colchón en el piso. Era muy extraño que la casa no tuviera cocina, sillones, mesas o sillas. Sin embargo, esto no importaba ya que nunca estaban ahí. Por lo general iban al parque, unas veces a caminar y jugar. Otras veces compraban un helado o algodón inflado y se lo devoraban sentados sobre una banca, viendo a los pájaros y platicando de sus días. En otras ocasiones el padre maravillaba a la niña con fantásticas historias sobre princesas, dragones y un valiente príncipe que iría a su castillo para rescatarla, solo para terminar siendo rescatado por ella, y al final vivirían felices para siempre. Pero lo que más les gustaba era recostarse a mirar las alocadas formas de las nubes y voltear a verse el uno al otro y sonreír. Estaban ahí todo el día, todos los días, Amanda no iba a la escuela, sus…