Tengo antojo de ella; llevo sin probarla más de un día. La busqué con mis amigos pero no la encontraba, hasta que decidí buscarla en la cafetería. Efectivamente ahí estaba ella, inocente y tranquila junto a la caja registradora.
Me acerqué sigilosamente; la abracé sin que me viera, pero ya sabía que era yo… Sin mucho esfuerzo la levanté de su lugar y la lleve cargando hasta la banquita. La coloqué sobre la mesa y me senté junto a ella. La vi. La olí. La sentí y la deseé cada vez más hasta que mi preocupación por la decencia fue derrotada por mi instinto…
Mis pulgares se dirigieron a su espalda, comenzaron a moverse sobre ella con un gesto de inspección que pronto se tornó en caricia y minutos después en masaje. Tras haberla relajado, dirigí mis dedos a su hombro, jugueteé un poco con ella y acerqué mi rostro…
La mordí suavemente. Sentí un pequeño retorcijón pero lo ignoré, algo me hacía seguir sin importar lo que ella sentía. Era demasiado fuerte el deseo que tenía. Perdí el control, la mordí una vez más pero ahora con más fuerza y le arranqué un trozo. En ese instante el tiempo se detuvo, mis sentidos se intensificaron, mis pupilas se dilataron, mi presión aumentó y mi respiración se aceleró al ver el dulce néctar rojo que salía de la herida. Entré en un trance.
Coloqué mis labios alrededor de la herida y succioné, primero suavemente pero con…